La astrología no afirma la idea de un plan previo a través del cual los astros imponen un destilo al hombre. Este plan depende, en su desarrollo, de una correlación permanente entre el carácter profundo y el destino.
El destino, este destino, no es más que la actualización, la concretización y también la proyección de la personalidad que construye su propia vida según un plan del cual el individuo es el arquitecto. Se trata de descubrir ese plan que permanece, por lo general, en el plano del inconsciente. Este plan define una estructura de la existencia superpuesta a la de la personalidad: facilidad venusina en tal campo de la vida, inhibición saturnina en tal otra, expansión jupiteriana en aquél… Así, se distribuyen nuestras pulsiones internas en los diferentes departamentos de la existencia y se presentan nuestros “climas” particulares: suerte en el amor, desgracia en dinero, amistades…
Por ello todos los pronósticos han de situarse a un nivel interno formulándolo no en términos de hechos exteriores sino en el hecho psíquico. Estos hechos obedecen a un inconsciente cuyos contenidos no pueden emerger directamente a la conciencia, fueron reprimidos, expulsados de ella y la censura les prohíbe el retomo.
Más próximo a la conciencia está el preconsciente, lleno de contenidos que pueden ser conscientes en otros momentos y que la persona no tiene presentes ahora, como los acuerdos olvidados y conocimientos desatendidos que la conciencia puede recuperar. El nivel consciente en el cual tenemos la intuición inmediata de las propias percepciones y representaciones, es el escenario de los deseos, las pulsiones y, en general, las fuerzas tendenciales reprimidas, estrechamente vinculadas a las necesidades orgánicas.
Todos estos niveles de conciencia configuran la psiquis de cada persona, es decir, los procesos conscientes e inconscientes por los que se desarrolla la vida mental misma. Los representantes de cada signo comparten, sin duda, características psíquicas que merecen estudiarse.